Una vez más, el sector de los videojuegos se ha visto sacudido por un inesperado aumento de precios. En esta ocasión, ha sido Xbox la que ha dado el paso de anunciar Nintendo ha recibido miles de críticas debido a su decisión de distribuir las versiones físicas de juegos como Mario Kart: World o Donkey Kong: Bananza por 80 o 90 euros. Todo sube, todo se encarece.
Pero este preocupante panorama no es más que la concatenación de una serie de factores que han hecho mella en el medio. Un conjunto de medidas tan dañinas que han cambiado para siempre el escenario del entretenimiento digital. Ahora la industria grita, pero lo peor es que ninguna de las personas indicadas lo está escuchando.
Desarrollos insostenibles y trabas que empeoran la situación
Es un dato que se ha estado repitiendo durante muchos años: el desarrollo de videojuegos está alcanzando costes tan elevados, niveles tan estratosféricos e insanos, que dará lugar a una explosión generalizada en todo el sector. El mismísimo padre de Nintendo, Hiroshi Yamauchi, advirtió sobre este creciente problema cuando apenas había empezado a germinar: "Cuantos más gráficos y sonidos increíbles pongas en un juego, más tiempo tardarás en terminarlo. No sólo un año, sino que ahora es más como un año y medio o dos años. Así que tu desarrollo cuesta un montón de dinero y, cuando finalmente lo sacas, tienes cero garantías de que venda. Así es la industria de los videojuegos a día de hoy". Estas palabras las expresó en 2001; 24 años después, la situación no ha hecho más que empeorar.
Una compañía situó en más de 1.000 millones de dólares la inversión necesaria para una franquicia importante.
Dejemos a un lado las sensaciones de Yamauchi y miremos directamente los números. God of War para PS3 supuso una inversión de "sólo" 44 millones. El aumento es más que evidente.
Claro está, estas inversiones nos han permitido disfrutar de algunos de los mejores videojuegos de la historia, pero también han dado lugar a una necesidad imperiosa de convertir un título en el más absoluto hit. Con tanto dinero en juego, es vital que un proyecto se establezca como un best-seller no sólo durante sus primeros días en el mercado, sino también durante un tiempo prolongado. Y en un mercado que recibe decenas de nuevas aventuras de forma diaria, especialmente en plataformas populares como Steam, el marketing se ha convertido en una herramienta increíblemente cara y valiosa.
La pugna entre las reguladoras de competencia y Microsoft por la compra de Activision Blizzard nos dejó un buen puñado de documentos que inciden en el funcionamiento de la industria AAA de los videojuegos. En este sentido, la CMA (organismo de Reino Unido) fue noticia en 2023 por desvelar un informe en el que se indicaba que una compañía (que quiso mantenerse en el anonimato) situó en más de 1.000 millones de dólares la inversión necesaria para una franquicia importante; 660 millones para la producción y otros 550 millones solamente en marketing. Y ojo, nuestra intención no es justificar las subidas de precio comentadas al principio de este artículo, sino señalar un problema que se ha estado fraguando durante lustros.
De hecho, todas las industrias (incluida la del videojuego) han sufrido un terremoto durante los últimos días debido a la decisión de Donald Trump de imponer aranceles extraordinarios del 145% (en el momento de escribir este artículo) a los productos importados desde China. Hemos hablado largo y tendido sobre este asunto señalando su efecto en en el sector en general, así que sólo nos limitaremos a recordar que la mayor parte de dispositivos y periféricos se fabrican en el gigante asiático. Por lo tanto, los productos físicos tendrán que cubrir un impuesto elevadísimo… Y esto no lo pagarán las empresas, sino los jugadores y consumidores.

Consecuencias en forma de despidos, cancelaciones y cambios de rumbo para buscar una mina de oro
Todo lo explicado hasta ahora no es más que un recordatorio de lo mucho que se ha inflado la burbuja durante los últimos años. Y las consecuencias que vemos ahora no son dificultades anecdóticas que dan lugar a lo que muchos llaman 'la peor generación de la historia', sino una cadena de síntomas que evidencian el gran problema al que se está enfrentando la industria en estos momentos.
- Despidos. De acuerdo con los datos recopilados en la web Game Industry Layoffs, las múltiples compañías pertenecientes al sector de los videojuegos han despedido a más de 33.600 empleados del 2022 al 2024; en lo que llevamos de 2025, las firmas han prescindido de 2.200 profesionales. Los desarrollos ahora se impulsan con equipos formados por cientos de personas en varias sedes distintas y los directivos recortan constantemente su personal con tal de ahorrar costes.
- Cancelaciones. Las desarrolladoras no van a invertir las cifras escandalosamente elevadas que hemos mencionado anteriormente si no hay una rentabilidad garantizada, así que son muchos los proyectos que ni siquiera pasan de la mesa de conceptualización por miedo a experimentar un mal rendimiento comercial. Las últimas cancelaciones se han vivido en las oficinas de EA con Definitive Edition para Hogwarts Legacy.
- Medidas criticadas y aumentos de precios. La industria de los videojuegos ha estado evitando esta maniobra optando por prácticas que, aunque efectivas en su objetivo de reunir dinero de los jugadores, han sido criticadas de forma masiva. Lo hemos visto en DLCs con contenidos escasos para el precio que tienen, pases de batalla de pago con cosméticos y bonificadores exclusivos, microtransacciones abusivas, mecánicas gacha y estrategias de todo tipo cuyo propósito se centra en exprimir el bolsillo de los s. Pero parece que nada de esto es suficiente para cubrir todos los problemas comentados anteriormente; lo que nos lleva a aumentos de precios en consolas y videojuegos.
En definitiva, el sector ha tomado un camino insostenible y cada vez es más evidente que está explotando por todas partes; aún así, los grandes jefes prefieren centrar sus esfuerzos en buscar una mina de oro al estilo Concord) el entorno de los GaaS con nuevos proyectos. La industria está en un momento de tensión máxima, está gritando. Pero los directivos e inversores, los que de verdad toman decisiones, no están escuchando.
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