En 2025, StarCraft sigue siendo un referente del género de estrategia, tanto por su gameplay como por la complejidad de su universo narrativo. Creado por Blizzard Entertainment en 1998, este juego digamos que enfrenta a tres razas principales: los humanos exiliados conocidos como Terran, los místicos Protoss y los temibles Zerg pero, por encima de ellos, hay un mito más antiguo: los Xel’Naga, una civilización precursora que no solo diseñó parte de la galaxia, sino que con su desaparición sembró el caos que los jugadores aún exploramos en campañas y partidas online.
El origen de todo
Como decíamos, antes de que los Terran, los Zerg o los Protoss pelearan entre sí, existieron los Xel’Naga. Esta antigua raza, casi mitológica dentro del universo de StarCraft, fue la responsable de dar forma al cosmos tal y como lo conocemos en el juego. Buscaban crear seres que encarnaran la "pureza de forma" y la "pureza de esencia", lo que los llevó a experimentar con la vida en diferentes planetas. Aunque su presencia física desapareció hace milenios, su legado sigue siendo fundamental para comprender la historia del juego.
El primer gran intento de los Xel’Naga fueron los Protoss, creados para representar la pureza. Su estructura física, sus habilidades psiónicas y su tecnología nos muestran una evolución muy avanzada. Sin embargo, su individualismo les alejó del plan original. Los Protoss se volvieron desconfiados y se separaron de los Xel’Naga, lo que desembocó en la desaparición de estos últimos en Aiur.
Frustrados por el fracaso, los Xel’Naga lo intentaron de nuevo en otro planeta: Zerus. Allí, experimentaron con una especie más simple, agresiva y colectiva, que acabaría siendo conocida como los Zerg. Con una conciencia única —la brutal Supermente— y una capacidad de evolución acelerada, encarnaban totalmente la pureza de esencia. Pero esta creación también se salió de control: los Zerg consumieron a los Xel’Naga y se expandieron por la galaxia como una plaga imparable.

Esta doble creación fallida dejó a los Protoss y a los Zerg marcados por un legado que no comprendían del todo. Solo muchos años después, cuando los eventos de StarCraft II: Legacy of the Void destapan los secretos del pasado, el jugador descubre que todo estaba conectado por un plan mayor... aunque profundamente roto.
La caída de los creadores
Durante años, los Xel’Naga fueron tratados como una civilización extinta, casi como algo mítico. No fue hasta Legacy of the Void que su existencia real se confirmó y con ello, su trágico destino. Uno de los pocos supervivientes fue Amon, un Xel’Naga corrompido por el deseo de control, que pretendía unificar Zerg y Protoss en una aberración sin alma. Su figura representa un giro oscuro: los dioses que debían guiar la evolución se habían rendido al nihilismo.
La revelación ocurre en el planeta Ulnar, donde se encuentran los últimos vestigios de la civilización Xel’Naga. Es aquí donde los Protoss descubren que sus creadores trascendieron su forma física y habitan un plano de energía pura. Pero este estado no es sinónimo de sabiduría: muchos de ellos fueron eliminados por Amon, y otros permanecen en letargo o dispersos. Ulnar no es un santuario, sino una trampa, donde los recuerdos de una civilización caída sirven como advertencia.
El arco de Sarah Kerrigan es clave en esta narrativa. Tras su transformación en híbrido y luego en una figura casi divina, logra acceder a la esencia de los Xel’Naga y usarla para derrotar a Amon. Así, StarCraft II cierra su trilogía con una visión ambigua: los dioses han muerto, pero su legado vive en aquellos que han sido transformados por sus errores. Kerrigan no hereda su trono, pero sí su poder, simbolizando una nueva era.
Este enfoque de Blizzard, que mezcla ciencia ficción con filosofía, ha sido comparado con la mitología clásica. Los Xel’Naga no son seres perfectos ni necesariamente sabios; son seres fallidos, contradictorios, y su historia está plagada de errores de juicio. Su ascenso y caída funcionan como metáfora de la ambición desmedida, incluso en niveles cósmicos.
El eco en el presente
Lo interesante es cómo, incluso tras el cierre narrativo de Legacy of the Void, el concepto de los Xel’Naga sigue impregnando la cultura StarCraft. Sus creaciones, los Zerg y los Protoss, continúan luchando bajo el peso de una herencia que no pidieron. Esta lucha entre forma y esencia, entre individualismo y colmena, no es solo una mecánica de juego, sino una expresión directa del dilema de sus creadores. En este sentido, el universo de StarCraft funciona como una especie de tragedia griega, donde el destino ya estaba sellado por los errores del pasado.

El impacto de los Xel’Naga ha trascendido su papel narrativo. Muchos jugadores los consideran una de las ideas más brillantes de Blizzard, y su estética e historia han influido en otros juegos, como Mass Effect (con sus Protheans y Reapers), Halo (con los Forerunners), o incluso Destiny. La noción de razas precursoras que intentan controlar la evolución es un recurso cada vez más común en la ciencia ficción moderna.
Y no solo hablamos de narrativa. En términos de diseño, su existencia justifica estructuras tecnológicas, habilidades especiales, mapas sagrados y reliquias escondidas. En muchos sentidos, los Xel’Naga no son solo parte del lore: son la arquitectura invisible sobre la que se ha construido todo el universo jugable de la saga.
En la comunidad de fans, los Xel’Naga siguen siendo objeto de teorías, fanarts y debates. ¿Existen otros supervivientes? ¿Podría haber un renacer de su raza? ¿Veremos alguna vez una expansión dedicada a ellos? Mientras Blizzard mantiene silencio sobre el futuro de StarCraft, el legado de los Xel’Naga permanece, como un eco distante que aún resuena en la galaxia.
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