Creo que llevo buena parte de mi vida escuchando a Guillermo del Toro decir que quiere hacer su propia versión de Frankenstein. Eso son muchos años. Pero es que el propio director lleva toda su vida soñando con ese proyecto. Y cuando un tipo con el talento de del Toro se implica tanto en una historia, ¿qué puede salir mal? Así que, con el primer avance de la película recién levantado de la tabla de operaciones tras recibir la revitalizante descarga eléctrica de un rayo, me encuentro muy emocionado por lo poco que he podido ver. Y precisamente por eso también un poco decepcionado.
Porque Frankenstein no es solo otra adaptación literaria. Es, probablemente, la obra más importante en la vida de Guillermo del Toro. Así lo dijo él mismo cuando ganó el BAFTA en 2018 por La forma del agua, llamando al libro de Mary Shelley "el más importante" de su vida. Contó que Shelley se había convertido en alguien casi familiar para él, una voz que lo acompaña desde niño, y que le enseñó a dar presencia a los invisibles y voz a los que no la tienen. Si alguien tenía que contar esta historia de nuevo, desde la herida abierta de la marginación y el dolor, ese alguien solo podía ser del Toro. No se me ocurre nadie mejor para esta historia.

Una pasión largamente forjada
Del Toro no es ajeno a los mitos del cine. Desde sus comienzos, el director mostró una fascinación casi obsesiva por lo monstruoso, lo fantástico y lo gótico. Cronos (una de las películas sobre vampirismo más interesante y originales de la historia del cine), El espinazo del diablo, El laberinto del fauno… toda su filmografía está marcada por la belleza en lo terrible y lo marginal, y una relación con la vida y la muerte que tal vez solo pueda ofrecernos un talento mexicano. En ese universo, Frankenstein no era solo una influencia, sino un reto emocional y narrativo que siempre quiso abordar. A lo largo de las décadas del Toro ha hablado mucho sobre este proyecto, pero parecía que nunca ocurriría, y aunque frustrante sus fans sabíamos que el director no se rendiría. Y ahora que por fin es una realidad, ¿quién no se emociona?
Creo este Frankenstein está atrapado en un modelo de distribución que le quita a este Frankenstein parte de su alma, que lo encadena y lo hace prisionero de un formato que le está pequeño
El problema es que este sueño de toda una vida llega en un formato que creo no le hace justicia. Y es que viento las primeras imágenes siento que el hecho de que esta película se estrene directamente en Netflix, sin pasar por las salas de cine, me duele más de lo que esperaba. No porque desprecie el streaming, comprendo que la situación de la industria se encuentra en pleno proceso de transformación, aunque no sé si a es a mejor, pero ese es otro tema. Me duele porque veo llegar a las grandes salas, con todo el apoyo publicitario y de distribución de las grandes productoras, proyectos que poco tienen que ofrecer al cine o al entretenimiento, mientras que hay proyectos tan prometedores como este Frankestein que merecen otra clase de escenario que no un estreno en el salón de tu casa.
El hecho ver una película en el cine no es simplemente sentarse a disfrutar de una proyección, es algo que trasciende lo meramente audiovisual, ver una película en cine tiene algo de litúrgico, de ritual, de cueva sagrada. Algo que por otro lado no deja de estar codificado en el simbolismo hermético más íntimo de Frankenstein de alguna manera, ya sea en El moderno Prometeo de Mary Shelley como en las más brillantes de sus reinterpretaciones dentro y fuera del cine. Cada visita al cine se transforma en una comunión donde lo tangible se funde con lo intangible, haciendo del espectáculo una ceremonia que rinde homenaje a la creación, la destrucción y la eterna búsqueda de lo prohibido.

El avance: emoción ambivalente
Ya viendo este primer avance del Frankenstein de Guillermo del Toro en el ordenador siento ese cosquilleo que solo producen las películas destinadas a ser memorables. Oscar Isaac como Victor Frankenstein en su laboratorio neogótico, bañado por luces tenues y rodeado de maquinaria digna del mejor steampunk, con todas esas bombillas de resistencia, engranajes y tornillería tan de del Toro. Jacob Elordi, el nuevo Monstruo, imponente, casi reconocible como humano, y a la vez lleno de una amenazante tristeza que atraviesa la pantalla. La fotografía de Dan Laustsen. La atmósfera es opresiva, bella, decadente. Como si el propio del Toro hubiera logrado sacar las imágenes de sus sueños infantiles directamente a cada fotograma.
Y, aun así, no puedo evitar sentir una punzada de decepción. Porque esto pide pantalla grande. Esto pide butaca, oscuridad, silencio compartido, y esa vibración única cuando todo el público contiene la respiración al mismo tiempo. El tráiler promete un viaje emocionante, una aventura con ecos trágicos y existenciales. Verla en casa, por muy buena y grande que sea la televisión, no es lo mismo. No puede ser lo mismo.

Netflix, ¿el final digno para una leyenda?
Entiendo las circunstancias. Netflix firmó un contrato multianual con Guillermo del Toro, y gracias a eso podemos ver por fin este proyecto. Este acuerdo le ha dado libertad creativa, algo que en Hollywood no siempre es fácil conseguir. Pero también creo lo ha encorsetado en un modelo de distribución que le quita a este Frankenstein parte de su alma, que lo encadena y lo hace prisionero de un formato que le está pequeño. ¡Está vivo! ¡Vivo!. Y es gracias a la galvanizante inyección económica de la plataforma de streaming. Lo comprendo, de verdad.
El estreno está previsto para noviembre de 2025, y aunque es descartable un pase limitado en salas de cine para poder optar a diferentes premios, no es lo mismo que un estreno completo en cines. Y duele. Porque lo poco que hemos visto ha sido concebido como parte de una experiencia visual total. Guillermo del Toro lleva toda una vida queriendo hacer Frankenstein, y yo, junto a millones de fans, he esperado con ganas ese encuentro entre lo fantástico y lo trágico. Por fin va a ocurrir. Por fin el monstruo más humano va a nacer con el alma del director que mejor sabe hablar de ellos. Pero no puedo evitar sentir que nos estamos perdiendo algo.
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