¿Cómo es posible olvidar una película que tiene a ángeles con ametralladoras cazando monstruos? ¿O una cinta de vampiros del futuro ambientada en un lejano oeste posapocalíptico? Pues se puede. Y, siendo honestos, creo que se debe no tanto a la edad, sino a que el cerebro activa una especie de mecanismo de defensa. Una barrera de seguridad emocional. Porque Legión y El Sicario de Dios no solo se parecen mucho… es que parecen versiones paralelas del mismo disparate. Aunque no lo sean.
Ambas se estrenaron con apenas un año de diferencia. Ambas protagonizadas por un Paul Bettany que, en su época pre-Visión, parecía dispuesto a hacerse hueco a golpes en el cine de acción sobrenatural. Y ambas dirigidas por Scott Charles Stewart, un cineasta cuyo currículum parece la estantería de abajo de la sección de ciencia ficción del videoclub. Sí, soy así de viejo: videoclubs. El resultado fue mi propio efecto Mandela cinematográfico: recuerdo escenas de una, convencido de que pertenecen a la otra. Y viceversa. Pero no, no es una sola película. Por desgracia son dos.
Una constelación de coincidencias peligrosamente olvidables
¿Cómo no confundirse cuando, en cuestión de meses, llega a la gran pantalla Legión (2010) y, casi sin dejarme tiempo para recuperarse del golpe, El Sicario de Dios (2011)? Vale, cierto es que la culpa es mía, que nadie me obligaba a ir al cine. Las dos películas beben de las mismas fuentes, el western crepuscular, la ciencia ficción noventera, los cómics góticos de los 2000 que leían tus compañeros de instituto que escuchaban a Evanescence, y mucho filtro azul. Ambas comparten una curiosa constelación de coincidencias que va más allá de lo superficial. La más obvia: el protagonista. Paul Bettany interpreta en ambas al héroe taciturno, misterioso y armado hasta los dientes, enfrentado a horrores sobrenaturales en un mundo en ruinas. También repiten varios secundarios, como Kevin Durand o Cam Gigandet, y el tono apocalíptico cargado de iconografía religiosa.
Es mi propio efecto Mandela cinematográfico: recuerdo escenas de una, convencido de que pertenecen a la otra
Pero es que el responsable detrás de las cámaras es el mismo en ambas: Scott Charles Stewart, exespecialista en efectos especiales en ILM y director de videoclips que decidió lanzarse al largometraje con la firme convicción de que para lograr un taquillazo bastaba con hacer algo estéticamente interesante. Spoiler: no. Legion logró recuperar su inversión con una recaudación moderada de unos 67 millones de dólares frente a un presupuesto de 26 millones, mientras que El Sicario de Dios tuvo una taquilla floja, ingresando unos 78 millones con un coste estimado de 60 millones, rozando apenas el equilibrio financiero. Vamos, lo justo.
Motivos para perder la fe
La premisa de Legión tiene ecos filosóficos: Dios ha perdido la fe en la humanidad y manda a sus ángeles exterminadores a arrasar la Tierra. Pero a partir de aquí la cosa se complica, porque uno de ellos, el arcángel Miguel (Bettany), se rebela y decide proteger a una camarera embarazada cuyo hijo es, según parece, el futuro mesías. Todo esto sucede en una gasolinera en medio del desierto, rodeados de demonios y ancianas que trepan por las paredes.
Stewart podría haber tratado de jugar una carta más humilde y rendirse a la evidente naturaleza de serie B de la película
Ante este panorama, o eres un tipo genial como Sam Raimi que sabe sacarle partido a la idea con una carcajada y una escoba de fuego, o no hay deidad que te proteja. Ni la acción, ni los efectos especiales, ni los diálogos evitan el desastre. La atmósfera intenta ser mística y opresiva, pero termina siendo simplemente un señor pegándole tiros a cosas en una gasolinera perdida a las 3 de la mañana. Stewart podría haber tratado de jugar una carta más humilde y rendirse a la evidente naturaleza de serie B de la película, lo que podría haber resultado en una disfrutable peli de segunda fila, pero al dejarse llevar se queda en esa sonrojante zona de películas moderadamente caras que rozan el ridículo. Va por ti también, Alex Proyas y tus Dioses de Egipto.

El Sicario de Dios: vampiros, trenes y cybercuras en moto
El Sicario de Dios parte de un concepto no menos peculiar: en un mundo futuro en el que la Iglesia controla a la sociedad, un cura guerrero se enfrenta a una nueva amenaza de vampiros mutantes que secuestran a su sobrina. Lo que sigue es una especie de cruce entre western, peli de vampiros y anime: Es como si el Juez Dredd en lugar de leerte tus derechos te pudiera istrar los sacramentos. Sin embargo, esta película consigue algo que Legión ni siquiera roza: personalidad.
La peli no es buena, ni mucho menos, pero al menos parece más decidida a divertir
Porque sí, El Sicario de Dios al menos tiene una estética detrás más reconocible. Un diseño de producción que mezcla lo gótico con lo industrial, con ciudades fortificadas, desiertos infinitos y trenes blindados que recorren el páramo futurista. Visualmente, tiene momentos. Uno siente que hubo alguien en el departamento de arte que de verdad creyó en el proyecto. El problema, una vez más, está en el guion. Basada vagamente en un manhwa coreano de Hyung Min-woo, la película adapta mal y pronto conceptos que podrían haber sido interesantes, pero que acaban sepultados bajo kilos de diálogos insípidos, secundarios sin carisma y un ritmo que alterna entre lo torpe y lo directamente soporífero. Al menos el villano es Karl Urban, que siempre cae simpático. La peli no es buena, ni mucho menos, pero al menos parece más decidida a divertir que a demostrar algo que no es.

Una fórmula mal entendida
Si me detengo a pensar en por qué estas dos películas se confunden tanto en mi cabeza, y seguramente en la de muchos otros espectadores, no es solo por sus coincidencias formales (que no son pocas), sino porque ambas comparten algo aún más profundo: la ausencia total de alma. Son películas que nacen de una fórmula: mezcla de acción, ambientación religiosa apocalíptica y protagonista con pasado misterioso de alma torturada. Pero fallan a la hora de hacer algo destacable de unas ideas que, siendo sinceros, sí que son bastante originales y tienen potencial.
Tal vez eso valga para encontrar algo en estas películas que las hace rescatables. No por calidad, desde luego, sino por el tipo de afecto que solo se le tiene a las malas decisiones cinematográficas. Sabiendo hasta qué punto se pueda ser exigente con ella tal vez se disfrute más. Y ahí reconozco que yo mismo busco tres pies al gato y a lo mejor les pido más de lo que jamás pretendieron dar en realidad. Pero eso es porque todavía veo en ellas elementos que tal vez merecían más cariño por parte de Scott Charles Stewart. O más dinero de la productora.
Confundir Legión y El Sicario de Dios en cualquier caso es culpa mía, imagino que por los mismos motivos por los que confundo muchas de las películas de la saga Fast & Furious. Al final, si tuviera que salvar una, sería El Sicario de Dios. No porque sea buena, sino porque al menos intenta, en su despropósito ofrecer algo visualmente estimulante y divertir haciendo que una cura que va en moto mate a vampiros utilizando sus conocimientos de artes marciales. Eso ya es más de lo que se puede decir de Legión, que parece rodada con el piloto automático. Por cierto, El Sicario de Dios está ahora mismo disponible en Netflix. Por si alguien se atreve a comprobar por sí mismo qué tal ha envejecido. Pero que conste que os he avisado.
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