Luc Besson tenía todas las piezas sobre la mesa para convertir Adèle y el misterio de la momia en una saga de aventuras sa al nivel de Indiana Jones. Tenía presupuesto, tenía efectos especiales, y sobre todo, tenía una de las obras más fascinantes del cómic europeo como punto de partida: Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec, de Jacques Tardi. Pero la película no acabó de funcionar. Ni en taquilla ni entre los fans del personaje. Quizá por querer suavizar la sátira de Tardi, o por convertir en puro entretenimiento algo que, en origen, tenía bastante más chicha.
Y sin embargo, el cómic sigue ahí. Vivo. Vibrante. Inigualable. Una de las piezas imprescindibles de este arte en Europa. Y uno de mis tebeos preferidos de cuantos nos han llegado desde tierras galas. Porque todo lo que me gusta de la mitología paranormal de Hellboy, todo lo que recuerdo con cariño de las aventuras de Tintín. Por desgracia, también todo lo que echamos en falta en la película de Besson: Un París misterioso, monstruos espectaculares, conspiraciones absurdas y una protagonista que no se parece a ninguna otra.
Aventuras entre lo paranormal, lo absurdo y lo histórico
Los cómics de Adèle Blanc-Sec tienen una personalidad tremenda. Tienen todo lo que alguna vez soñaste encontrar en una buena historia de aventuras, y encima dibujado con una personalidad gráfica enorme. Sus páginas despliegan ante nosotros los secretos mal enterrados bajo los adoquines del París de principios del siglo XX.
Adèle no busca aventuras. Se las encuentra
Los cómics de Adèle Blanc-Sec, siguen las andanzas de una escritora y periodista sarcástica, independiente y con más curiosidad que paciencia, en una recreación histórica del mundo donde cualquier cosa puede pasar. Donde un huevo de pterodáctilo fosilizado puede eclosionar en mitad del Louvre. Donde una momia despierta de su sueño eterno para tener una charla tomando un té con pastas con su resucitador. Donde los científicos rozan lo ridículo y la policía siempre llega tarde. En este mundo, Adèle no es solo la protagonista: es la brújula moral, la espectadora escéptica y la chispa que incendia cada enigma. Y seguro que te va a caer bien.
Las historias de Adèle Blanc-Sec se deslizan por un terreno tan inestable como fascinante: el de lo inexplicable. Tardi no tiene miedo de mezclar ciencia y esoterismo, política y brujería, humor y drama. Todo cabe en su universo si se narra con ironía. No hay límites de género, ni de tono. Lo grotesco convive con lo erudito, lo macabro con lo poético. En sus viñetas lo increíble no necesita justificación. Simplemente ocurre, y los personajes (y los lectores) deben lidiar con ello.
Y aunque su presencia es importante, esto no va solo de monstruos, sino de cómo reaccionamos ante lo extraordinario. En el fondo, Adèle no busca aventuras. Se las encuentra. Y lo que hace con ellas es lo que marca la diferencia. Mientras otros personajes del cómic clásico se lanzan a la acción con una brújula moral o un sentido del deber, Adèle lo hace con sarcasmo, con fastidio. Y con una copa de vino en la mano si es posible. Su actitud no es heroica. Es profundamente humana. Y por eso, irresistible para el lector que se deja atrapar por sus aventuras y viajes.

Tardi y la crítica social disfrazada de pulp
Cuando Jacques Tardi publicó la primera historia de Adèle Blanc-Sec en 1976, rompió varios moldes a la vez. Para empezar, puso a una mujer como protagonista absoluta de una saga de aventuras en un medio dominado casi exclusivamente por héroes masculinos. Pero lo hizo sin caer en los tópicos de la heroína perfecta, ni en la fantasía de la mujer "fuerte" al estilo más hollywoodiense.
Adèle es difícil, borde, brillante, sarcástica y libre. No necesita demostrar nada a nadie, ni busca la aprobación de ningún lector. Es una feminista sin discrusos que no sufre por amor, ni espera ser rescatada. No quiere salvar el mundo, pero si tiene que hacerlo mientras resuelve un misterio con una momia resucitada, lo hará, aunque de mala gana.

Detrás de sus peripecias imposibles, Adèle Blanc-Sec es también una clase magistral de historia, política y sátira. Tardi utiliza la estética del pulp y del steampunk para hablar, sin que se note demasiado, de cosas muy serias. La política sa de entreguerras, la represión ideológica, el auge del ocultismo, las desigualdades de género y clase, las heridas abiertas de la Gran Guerra… Todo está ahí, escondido entre bestias prehistóricas y conspiraciones milenarias.
Tardi utiliza la estética del pulp y del steampunk para hablar, sin que se note demasiado, de cosas muy serias
La ambientación es rica y detallada. Cada edificio, cada callejón, cada uniforme tiene peso histórico. Pero el autor no se limita a reconstruir una época: la somete a juicio. Sus personajes no son héroes puros ni villanos absolutos. Son tipos grises en un mundo gris, un poco patéticos, siempre divertidos, caricaturas donde la estupidez suele ser más peligrosa que el mal, y donde la lógica es un lujo para quien puede permitirse ignorar lo extraño.

La película que quiso ser blockbuster y olvidó su alma
En 2010, Luc Besson llevó Adèle Blanc-Sec al cine con una adaptación visualmente ambiciosa y con algunos momentos inspirados. Pero el director de El Quinto Elemento perdió en el camino: Aunque la película respeta buena parte del diseño de producción y recrea con esmero ese París alternativo lleno de enigmas, no consigue capturar el tono inimitable de los cómics. Falta ese humor entre cínico y absurdo, ese ritmo deliberadamente anticlimático, esa mezcla de verborrea culta y acción surrealista.
La Adèle de cine es más simpática, más accesible, más convencional. Y ahí está el problema. su aventura más convencional, utilizando algunos de los momentos más llamativos de los cómics para crear un espectáculo visual algo hueco. Tardi nunca buscó que Adèle le cayera bien al lector. Su heroína es fascinante precisamente porque resulta incómoda, contradictoria, imprevisible. La versión cinematográfica, aunque entretenida, se queda a medio camino. Es un buen homenaje, pero no es Adèle Blanc-Sec. Es solo una imitación, como una momia bien embalsamada que ha olvidado su pasado faraónico.

Un clásico europeo que sigue sorprendiendo
Volver hoy a los cómics de Adèle Blanc-Sec es una experiencia refrescante. Primero, porque son tan únicos que no han envejecido. Y segundo, porque ofrecen una mezcla difícil de encontrar en otros rincones del cómic: inteligencia narrativa, osadía visual y una mirada crítica disfrazada de absurdo. Tal vez literalmente, porque en España la última edición que hizo Norma Editorial resulta algo complicada de encontrar.
Tardi nunca buscó que Adèle le cayera bien al lector. Su heroína es fascinante precisamente porque resulta incómoda
Tardi no dibuja para complacer, ni escribe para entretener. Lo hace para sacudir, para incomodar, para hacer reír y pensar al mismo tiempo. Sus álbumes no siguen una fórmula clásica del cómic europeo, aunque sentó las bases para un estilo que posteriormente sería muy imitado. Cada una de sus aventuras explora una idea distinta, un misterio nuevo, una aberración histórica o científica que desafía la lógica que a Adèle no le queda más remedio que investigar. Y sin embargo, todos los álbumes están unidos por el mismo espíritu: la convicción de que la aventura es una forma de resistencia social para el lector.
Si no conoces Adèle Blanc-Sec, nunca es tarde para abrir uno de sus álbumes. No importa el orden. No hace falta saber nada. Solo tienes que dejarte llevar por su humor seco, su narrativa adictiva y ese París que no existe, que no existió, pero que debería. Puede que al principio no sepas si reírte o tomártelo en serio. Perfecto. Eso significa que has entrado en su juego.
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